Aquí os presentamos el relato de nuestro socio numero 180, Iván Villa, con el cual participa en nuestro 4º concurso
Gracias!
Esperamos que os guste!!
Serena Desdén no había destacado en nada en particular, y eso era algo que todos sus compañeros de casa tenían muy en cuenta a la hora de tratarla. Simplemente se trataba de alguien que había caído en Slytherin por la voluntad de aquel "loco" sombrero cuyas fechorías a la hora de orientar a los estudiantes eran de sobra conocidas. Le gustaría haber podido evitar ese destino, y pese a que adoraba la sofisticación del estilo en ese ala de la torre, casi envidiaba la simpleza de Hufflepuff, cuya forma de trabajo chocaba frontalmente con la que se imponía en la casa de la serpiente.
Sin embargo, este curso iba a comenzar una de esas asignaturas cuyos libros más le atraían: Ni más ni menos que la Aritmancia, una disciplina bastante desdeñada y con mala fama entre los estudiantes, ya que el tratar con los números requería concentración constante y una gran soltura mental, además de una capacidad de pensamiento algo más abstracta y descentralizada de lo corriente.
Ni más ni menos, al entrar en la sala, se encontró con un par de habitantes relativamente afines a sus intereses particulares, Darío 'el odioso', de su misma casa, y la profesora, Séptima Vector. Darío no era un mal chico, simplemente trataba a todo el mundo como su inferior, inclusive a algunos de los miembros de la propia casa, incluyendo a aquellos a los que él tenía como amigos. Poseía una forma especial de producir comentarios sarcásticos sobre él nada más se daba la vuelta, y mucha gente de casas rivales estaban deseando que llegaran los exámenes finales y desapareciera de una vez. O al menos que el Quidditch le aburriera de una vez, pues el rendimiento de Slytherin en los partidos mejoraba con su presencia.
El caso es que la Aritmancia no parecía resultarle en absoluto interesante, hasta el punto en el que él iba intercalando en esa primera clase una lectura relacionada con la saliva de las arañas para nada estimulante con la atención debida a la eminente profesora que desplegaba con soltura una gran cantidad de conceptos básicos.
Vector se dio la vuelta en un momento dado, se ajustó sus lentes y tosió levemente mientras se ajustaba su chaleco carmesí.
- Vuestro número es el dos - dijo tras mirar fíjamente a uno de los pupitres vacíos, momento en el cual tanto Darío como Serena se dieron cuenta de que a la profesora le daba exactamente lo mismo dar clase para cinco que para nadie, y se giro para continuar la clase. Darío se percató del tema e hizo el amago de levantarse para salir.
- Ugh... - se quejó al tropezar con un escalón.
- "Uno..." - dijo la profesora sin inmutarse, mientras arañaba con la tiza la pizarra. Una oleada de escalofríos recorrió la espina dorsal de ambos estudiantes al chirriar esta. El escalofrío de Darío le hizo tropezar de nuevo de vuelta a su silla.
- "...y Dos."- se dio la vuelta la maestra para clavar su precisa mirada sobre el rostro del alumno. - Jamás dejéis de valorar los números, pues significan muchas cosas, y las más importantes de ellas no pueden verse con facilidad. Aunque esos dos porrazos te los has ganado. Tanto tú como las babas de araña. - Darío se sentó finalmente en su pupitre con la cabeza gacha y herido en su orgullo. Su plan de escabullirse evidentemente no había salido con éxito y quizás acabara recibiendo algún tipo de advertencia de alguna instancia superior.
- Y... maestra - interrumpió el sermón Serena - ¿dijiste que el dos también era mío? - El joven se sintió aliviado: mientras que durara la interrupción no se sentiría como un patán delante de Séptima. Esta asintió con una sonrisa enigmática, diose la vuelta y continuó adentrándoles al maravilloso mundo de los números a través de su magistral discurso sobre la cercanía poco aparente y a la vez absoluta entre el conocimiento cero y el saber infinito.
No fue hasta unas cuantas semanas más tarde cuando Serena junto a algunas de sus compañeras asistió a un partido en el que Slytherin se enfrentaba a Ravenclaw, cuyo planteamiento táctico no sólo era impecable, sino que además se encontraba en un estado absoluto de gracia y se había anotado varios tantos, aunque por fortuna Darío en su escoba hizo su acto en escena tras un cambio.
Habían acudido, por supuesto, juntos a varias clases, pero la pasión de Serena por sus números hacían que no se centrara en nada más. El joven por el contrario, encontraba en la estudiante un objeto de fijación casi romántico, y probablemente hubiera sido algo más galán si no fuera tan rara para los parámetros de la casa. Sin embargo, y tras anotarse el mérito de una buena jugada en defensa, voló cerca de ella y le guiñó un ojo, alimentando así el azoro de ella y un sentimiento de gozosa culpa en él.
Ella pasó el resto de la tarde dándole vueltas a la cabeza, pues claro... ¿qué diría la gente si vieran románticamente relacionados al 'odioso' y a la 'rara'? Y siguiendo esa línea de pensamiento, dejó las clases para lo que eran, como lo había hecho hasta entonces: a la concentración y a los números, aunque en lo profundo de su corazón albergaba ciertas dudas sobre si el comportamiento mostrado era el más adecuado para alguien que había mostrado un interés en su persona.
Resoplaba dentro de su cabeza y perdía la concentración en algunos momentos acerca del tema, siendo esto algo que la fastidiaba particularmente, porque para una asignatura que bien llevaba, mal podría acabar si no mantenía su acostumbrado nivel. O a lo peor le harían alguna pregunta, no sabría responder, y descubrirían que había algo detrás, y le harían pasar un mal rato que prefería ahorrarse.
Él sin embargo lo llevaba bastante mejor. El guiño procedía de la amistad, y no de otra cosa, aunque bien mirada la chica se correspondía a sus gustos, aunque formaba parte de su innata torpeza el no percatarse de tal importante detalle.
-... así que ambos vendréis dentro de un mes y medio conmigo a la ceremonia de la aguja de marfil de la Academia de Cabalismo, y por supuesto a la cena que se cerebrará en honor al premiado. - Terminó su lección Séptima. Darío miró sonriente a Serena, que se volvío a ruborizar, aunque esta giró la cara con una sonrisa y dejó que su rostro quedara cubierto por parte de su cabello, de manera que no se pudo percatar de la reacción. Un diecisiete la miraba jocosamente desde la pizarra y ella le devolvió la mirada, hasta que volvió a recuperar su aspecto habitual de número bienintencionado.
- ¿Puedo traer a Anyra? - preguntó Darío para estupor de Serena, cuyo corazón bajó de temperatura en picado hasta casi la congelación en cuestión de décimas de segundo. Anyra era una Hafflepuff, y ella, recordemos, odiaba esa casa por simple admiración y por contagio de sus compañeras. Y ahora la odiaba de pronto por otro motivo.
- Por supuesto que sí - contestó la profesora.
-¿Y yo puedo traer a...? - una oportuna y forzada tos convirtió el nombre en abstracto.
- Claro querida. - y asintió con la cabeza. Serena acababa de hacer una tontería cegada por un instante de celos absolutamente irracionales. Se suponía que ella no tenía ese tipo de sentimientos, por lo que no sin cierto disgusto pasó el resto de la tarde enfrascada en una salida a su situación. ¿A quién le pediría que fuera su señor 'tos'?
Fueron pasando los días y las semanas, y unos días fuera por la vergüenza de ella de pedirle a alguien ser su compañía para esa cena, ora porque no le gustaría que más que 'la rara' la llamaran 'la desesperada' y finalmente a causa de las tareas pendientes, que eran menos pues se trataba de una alumna muy aplicada, fue dejando pasar cualquer oportunidad que tuvo con cualquier otra persona. Por no contar nada, ni pidió consejo a sus compañeras de habitación, con las que mantenía una relación bastante más estrecha que con cualquier otra persona en Hogwarts, como os podéis imaginar, más que nada porque tampoco sabía por dónde empezar la histoira, pese a que ellas eran bastante coquetas y siempre andaban tramando y enredando asuntos de amoríos, más ajenos que propios, todo hay que decirlo.
Llegó el día al fin, y se dio la situación en la que ella no tenía ningún señor 'tos' al que recurrir, por lo que se lió la toga a la cabeza, como se suele decir, y se dirigió al lugar dónde habían quedado todos y en su propia y única compañía. Para su desespero además conviene señalar que Anyra y Darío parecían tener muchas cosas en común en cuestión de gustos. Al llegar al esquivo edificio en dónde iba a producirse la entrega de premios en cuestión, y mientras subían las escaleras invisibles que llevaban a la planta ceremonial, Darío se dirigió a Serena, mientras que Anyra charlaba amigablemente con la maestra un tanto adelantadas.
- ¿Qué te parece mi hermana? - Dijo. Las piernas de Serena dejaron de responder como debían por el sobresalto y trastabilló, mientras que empezó a caer.
- "Uno..." - dijo en voz baja Séptima, interrumpiendo la conversación con Anyra, esbozando una sonrisa y sin darse la vuelta. Serena fue recogida en el aire por Darío, que interrumpió su desfallecimiento momentáneo, y no se sabe cómo ambos cruzaron una fugaz mirada que fue seguida por un corto beso, que sorprendió a todos los que subían la escalera, salvo a la profesora, que terminó de decir: - "...y dos".
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